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Política

El Desarrollo Argentino sobre las bases del Conglomerado Militar e Industrial

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Alejandro Pandra

El general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893, y el 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el «Día de la Siderurgia»…

Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen– por el general Enrique Mosconi para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una «movilización nacional» de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que «la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos».

En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. «Es un error el haber estructurado ‘a priori’ nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales», decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un «Alto Horno». Se inicia inmediatamente la «gesta Zapla» cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una «conciencia metalúrgica», apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el «dumping» del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado.

El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o «Ley Savio»), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.

En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).

En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.

En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles «Domingo Matheu», la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería «Borghi», hoy «Fray Luis Beltrán», la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles «San Francisco», la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.

Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.

Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas (Andalgalá), entre otras.

Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.

Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia del agregado de valor de la industria, y de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea:

“Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales… De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial… muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.

El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.

Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.

El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.

Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.

Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.

Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.

El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”. Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.

Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.

Claro, soplaban otros vientos que ahora

En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.

El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina. Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta. Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.

Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.

Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”. Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros… ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.

El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico. Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.

En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina. El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.

El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina. En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires. El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse. El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.

Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”. El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero. El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.

La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.

Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.

LA MISTICA MILITAR-INDUSTRIAL JUSTICIALISTA
Alejandro Pandra

El general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893, y el 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el «Día de la Siderurgia»…

Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen– por el general Enrique Mosconi para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una «movilización nacional» de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que «la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos».

En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. «Es un error el haber estructurado ‘a priori’ nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales», decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un «Alto Horno». Se inicia inmediatamente la «gesta Zapla» cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una «conciencia metalúrgica», apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el «dumping» del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado.

El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o «Ley Savio»), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.

En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).

En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.

En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles «Domingo Matheu», la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería «Borghi», hoy «Fray Luis Beltrán», la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles «San Francisco», la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.

Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.

Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas (Andalgalá), entre otras.

Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.

Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia del agregado de valor de la industria, y de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea:

“Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales… De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial… muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.

El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.

Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.

El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.

Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.

Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.

Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.

El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”. Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.

Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.

Claro, soplaban otros vientos que ahora

En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.

El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina. Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta. Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.

Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.

Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”. Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros… ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.

El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico. Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.

En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina. El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.

El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina. En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires. El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse. El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.

Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”. El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero. El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.

La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.

Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.

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